La Propiedad, el Contrato y
la Necesidad de un Espíritu Libre.
Decía Alberto Benegas Lynch "Que todo lo que se pueda decir de Economía tiene sentido si es para mejorar la condición del hombre, sino entonces no lo tiene " esta valiosa apreciación a la que yo le agregaría "de todos los hombres" ya que sino estaríamos dedicándonos a la crematística, nos recuerda que el enfoque mismo de la Economía-Política (el Oikos) exige la comprensión de la sociedad en su conjunto, siendo esta por sus agentes económicos (individuos, familias, corporaciones o estados) el ámbito real en el que se desenvuelve el campo categorial de la Economía-Política.
Dado que el problema primario de la producción es la producción suficiente, para la conservación de la vida y su reproducción, cabe preguntarse tomando la sociedad en su conjunto el problema de la producción como un cálculo de vidas. Haciendo abstracción de los muchos y complejos procesos que llevan a hacer de este cálculo de vidas una ultima instancia para la comprensión económica, y tomando en cuenta que bajo el sistema de producción capitalista la disyuntiva a la que cada agente se enfrenta entre la opción por la vida o la triste opción por la muerte adquiere características particulares por hechos históricos por todos conocidos, como la desposeción generaliza de los medios de producción en una basta mayoría de la población hecho que imprime en la sociedad rasgos característicos del sistema, y con esta salvedad hecha me gustaría comentar un tema ampliamente tratado en el pasado por su gran importancia y que no la pierde, antes bien pareciera un debate cada vez más necesario, y es el que tiene que ver con la relación intima que existe entre la propiedad de los medios de producción y la libertad. Considero que las estructuras de la ley positiva no se pueden sostener por mucho tiempo sin que exista un principio moral en la sociedad casi universalmente aceptado que sostenga dicha ley, así por ejemplo en los países en los cuales el asesinato es un delito lo es debido a que la vida se considera un valor y un derecho en si mismo, una cosa buena que debe ser protegida, salvo raras excepciones como cuando la vida de uno se interpone con la de otro y se considera necesario privar a un individuo de su libertad o de su vida misma cuando se considera a esta una amenaza para la vida de los demás. La idea que quiero plantear es la de que la base moral y legal sobre la que se asienta actualmente la sociedad capitalista difiere de su realidad material y motiva la existencia de una tensión inherente al mismo sistema, cuyas raíces más profundas se encuentran en la escisión misma que se da en el sistema capitalista entre el trabajo y sus condiciones materiales; "Quitadme los medios que me permiten vivir y me habreis quitado la vida"- W. Shakespeare. El despliegue de la fuerza de trabajo en el proceso productivo lleva implícita la capacidad de objetivizar dicho trabajo en el producto mismo, y esto significa que el trabajo -entendiendo este como una transformación de la materia en la materia misma, realizado por el hombre con su propia corporeidad- necesita de medios materiales para realizarse, y su realización no cabe en el vacío, uno de ellos es la Tierra en su sentido más amplio, que proporciona el espacio y ubicación, el "locus standi" necesario para toda actividad productiva, el suelo mismo con sus propiedades y recursos, sin el cual no se concibe la producción de ningún bien ni la prestación de ningún servicio. Dicho esto podemos dejar en claro que el hombre requiere del acceso a estos medios para poder realizar su trabajo: espacio, materias primas, maquinaria, equipo y conocimiento. Las relaciones sociales que condicionan el acceso a esos medios determinan la relación entre el trabajo y su objeto mismo, su producto; y por tanto condicionan también la relación entre el trabajador y el fruto de su propio trabajo. Lo que distingue a un trabajador libre de un empleado asalariado es la propiedad sobre los medios de producción ya que el primero la ejerce, y el segundo no. El carácter mismo de la propiedad hace de ella un bien sujeto al dominio privado, por lo cual él propietario se encuentra en condiciones de hacer uso de ella como le plazca y cuando le plazca, o de abstenerse de usarla si también lo desea. Y dado que la producción de riqueza es una necesidad perenne de la naturaleza humana, el consumo vital exige que la comunidad integra deba vivir, por lo cual la riqueza debe ser producida. Este orden de cosas crean unas relaciones sociales cuyos alcances son muy amplios, pero que sin embargo me quiero atrever a plantear uno de ellos, que surge desde luego de las características particulares de la Propiedad Privada como institución social y principio moral, sobre el que todavía se basa nuestra sociedad. En el sistema capitalista en el que asumimos que existe una gran mayoría de la población desprovista de los medios productivos que trabajan, y que es lo suficientemente grande como para imprimir en el modo de producción y en la sociedad entera el carácter servil del trabajo asalariado, y por otro lado una minoría de los agentes que poseen dichos medios, se crea un estado de cosas en el que el propietario quien es el que ejerce plenamente el dominio sobre su propiedad, se encuentra, dado el orden de relaciones sociales un una posición de negociación estratégica que le permite convenir las condiciones bajo las cuales se dispondrán los medios productivos, permitiéndole así a este quedarse con una parte de lo producido. Al inicio cuando titulé este ensayo elegí llamarlo: la Propiedad, el Contrato y la Necesidad de un Espíritu Libre, ya que considero que a la mayoría de personas nos parecería que tal orden de cosas esta mal y que la sociedad no debería de someterse a sí misma a una inestabilidad de este tipo, como decía al principio todo se reduce a un cálculo de vidas: "Una sociedad libre requiere de ciertas normas morales que en última instancia se reducen a la manutención de las vidas: no a la manutención de todas las vidas porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto las únicas reglas morales son las que llevan al "cálculo de vidas": la Propiedad y el Contrato." -Hayek-. Con esto quiero plantear la necesidad de una adecuada distribución de la propiedad sobre los medios productivos como condición de una sociedad libre, y para alcanzarlo es necesario que en la sociedad el Espíritu de Libertad, que se basa en la aceptación del destino universal de los bienes como la base misma de la Propiedad como institución útil, sea la espiritualidad institucionalizada de la que nos hablan Hinkelammert y Mora cuando se la plantean como el problema fundamental de cara a la disyuntiva de la opción por la vida o por la muerte. La sociedad moderna se basa en la premisa de que salvo raras excepciones la inmensa mayoría de los ciudadanos libres son propietarios, y que poseen por tanto los medios materiales suficientes como para no caer en la zozobra y mantenerse así mismos sin la necesidad de tomar nada ajeno. Por lo tanto la propiedad funciona todavía como fundamento moral y legal de nuestra sociedad, con respecto al cual se administran nuestras leyes: "Nuestra ley defiende la Propiedad como una institución normal, con la que están familiarizados todos los ciudadanos y a la que todos respetan. Castiga el robo como un incidente anormal, que sólo ocurre cuándo, por motivos perversos un ciudadano libre adquiere la propiedad de otro sin su conocimiento y contra su voluntad... Confrontemos ahora todo esto, con la teoría moral de acuerdo con la cual todavía es peligrosamente gobernada la sociedad, la teoría moral a la cual hasta el Capitalismo recurre en procura de auxilio cuando se ve atacado... La Propiedad perdura quizás como instinto en la mayor parte de los ciudadanos, pero como experiencia y como realidad es desconocida por el noventa y cinco por ciento." -H. Belloc-, Contrastemos pues, ahora cada uno si la base moral sobre la que se asienta la sociedad coincide con su realidad actual, y reflexionemos sobre la forma en la que como sociedad podemos reponernos a esa falta de un espíritu libre que hoy nos conduce al abismo.
Por Francisco A. Salas Camacho.